Todas las noches cuando voy a casa con la mirada cansada y triste de tanta rutina, camino ocho cuadras hasta el paradero del bus de mi ruta, con tal de coger un puesto pegado a la ventana del costado izquierdo, para recostar mis ojos en ella mientras el bus sube a mi barrio perdido en la montaña. Es allí cuando veo la furia de la ciudad descansando entre claroscuros escondidos en los altos edificios, las ya casi calles despejadas, los arboles durmiendo y las otras montañas redondeando el frío de soledades citadinas, las estrellas o las nubes protegiendo los sueños en las miradas ocultas de un montón de extraños y la luna enterándose en mi perdida mirada...
Y si... es en ese sitio "al que ya puedo llamar el patio de mi casa", cuando pienso que el maravilloso mundo puede existir así sea por un momento...